En las ciudades escondidas by Natàlia Cerezo

En las ciudades escondidas by Natàlia Cerezo

autor:Natàlia Cerezo [Cerezo, Natàlia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relatos cortos
editor: 13insurgentes
publicado: 2018-08-29T04:00:00+00:00


Barcelona

Es martes y Sofía sube las escaleras con la compra. Se topa con ellos, que bajan, y espera en un lado del rellano para dejarlos pasar. Raquel se detiene y le da dos besos, cuánto tiempo, y eso que vivimos en el piso de arriba, y Sofía deja las bolsas en el suelo, porque lleva dos tetrabriks de zumo y un kilo de patatas.

—¿Cómo está tu padre? —Raquel le toca el brazo y Xavi y las niñas bajan los escalones, Sofía las oye chillar por el agujero de la escalera, como animales salvajes.

—Mejor, gracias. Ahora ya come.

—Me alegro. Que coma es buena señal. —Raquel sonríe y Sofía coge las bolsas y se disculpa, tiene que preparar la comida y empieza a subir las escaleras cuando Raquel la invita a la fiesta que darán el viernes.

—Es el cumpleaños de Xavi. Parece mentira que haya pasado un año, ¿verdad? —Saca unas gafas de sol del bolso y se las pone en la cabeza—. Nos gustaría que este año volvieras a venir.

—Gracias, pero no creo que pueda.

—Claro que podrás. Si no, nos enfadaremos. —Raquel vuelve a sonreír en la penumbra de la escalera y le hace un gesto con el brazo—. Hasta el viernes.

Sofía la oye bajar. Sus zapatos de tacón tienen un eco que rebota en las paredes y que la estremece. Las bolsas pesan y, cuando llega a casa, tiene la piel de la palma de las manos arrugada y roja como la de un bebé.

El viernes le sirve la cena más pronto a su padre y le dice que se va, pero que no tardará en volver. ¿Dónde?, le pregunta él mientras remueve la verdura hervida con el tenedor.

—Los vecinos del ático dan una fiesta.

Su padre asiente, da un sorbo de agua y Sofía lo mira comer. Cuando termina, ella lo ayuda a sentarse en el sofá, recoge la mesa, lava los platos y se encierra en su cuarto.

El vestido nuevo está en el armario, colgado dentro de una bolsa de plástico. Es de color blanco y con un ribete azul en el dobladillo de la falda. Lo ha planchado antes de cenar y, cuando se lo pone, le parece que aún despide un poco de calor. Se pinta los ojos en la luna del armario. El maquillaje es viejo, se deshace y le mancha las mejillas de rosa. Se limpia la cara con un pañuelo de papel que le rasca la piel y se mira en el espejo. Así no se reconoce, y se tumba en la cama con los ojos cerrados.

Su padre grita: «¿no llegarás tarde a tu fiesta?». Sofía no contesta. Escucha atentamente, bajo el rumor de la tele del comedor, los sonidos del piso de arriba.

Los invitados ya deben estar llegando, piensa, y se estremece por el estallido de los besos, las risas, los niños que corren pasillo arriba y abajo. Alguien llama a la puerta, Sofía oye tres golpes como tres salvas y los gritos de alegría de Raquel. La luz del techo vibra por los pasos, intensos como un terremoto.



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